27 de diciembre de 2011

El interprete

Pocos sabían con exactitud quien era en realidad Marcos Sabreti. Con una edad incierta que no dejaba saber si era demasiado joven para aparentar tan viejo o tan viejo para aparentar tan joven, su vida era un misterio a pesar de que muchos habían hablado con él alguna vez. Aquellos más cercanos a su entorno, justificaban sus acciones bajo la idea de que a muy temprana edad, le habrían inculcado la idea de que la inteligencia se basa meramente por la racionalidad, que era aquello que nos diferenciaba de los animales.

De esta manera, a medida de que iba creciendo, Marcos comenzó a racionalizar sobre todo aquello que iba aprendiendo. En la escuela se convirtió en un referente para sus maestros y en una molestia para sus compañeros ya que podía interpretar casi todo lo que necesitaba cierta lógica. Pero siempre tuvo la dificultad de intentar interpretar cada una de las acciones que implicaban que una persona se acerque a él haciéndolo bastante molesto para sus interlocutores.

Su grupo de referencia eran los filósofos de terraza, aunque él prefería tomar cierta distancia por, según sus palabras, no estar de acuerdo con la línea ideológica la cual denominaba despectivamente  como “esa cosa que ustedes llaman amor”. A pesar de esto solía dar muy buenas interpretaciones a los casos complejos sin poner en manifiesto nada que pudiera dar indicio de que fuera su mera interpretación. Frases tales como “en su lugar yo haría…” o “A mí una vez me paso algo similar e hice…” no parecían formar parte de su discurso.


Esta práctica le permitió interpretar aquello que le sucedía a  cualquier persona que lo consultaba lo cual lo convirtió en un gran consejero para aquellos que estuvieran dispuestos a pasar por su sagaz interrogatorio que más de una vez podía ser interpretado como incomodo y con algunos tintes violentos.

No se consideraba  psicólogo, de hecho, en aquella época era difícil de que alguien se pueda considerar como algo tal, ya que era identificado como un curandero que trataba aquellos casos de locura que se daban por la apaciguada vida. Es por esto que en su puerta solo colgaba una placa que decía “Marcos Sabreti. Consejero de la Razón”. Esta estrategia era una forma para que la gente lo consulte por las locuras diarias que no eran consideradas del todo locura y no demandaba más de tres sesiones en los casos más difíciles.

Pero todo cambio la mañana en que Magdalena Caleri, su vecina, le pide una consulta. Ella era una joven de unos veintitantos muy bien llevados a pesar de que no era dueña de una belleza deslumbrante. Su mayor virtud era extremadamente simpática y muy atenta con todo el mundo. Le encantaba saber de la vida de los demás y sabia la fecha de cumpleaños de cada persona del barrio a los cuales siempre les dejaba un presente pequeño para robarles una sonrisa.

El día de la consulta Magdalena llega 3 minutos temprano. Marcos la hace esperar los 3 minutos para que la puntualidad sea exacta, le abre la puerta y la invita a sentarse. Ella sonríe y no dice una sola palabra en la hora que dura la consulta. Ante cada intento de Marcos en indagar sobre el problema, solo respondía con una sonrisa y un eventual… ¿Usted qué piensa?

En un primer momento Marcos pensó que era algo neurológico o alguna suerte de reflejo desafiante para con él, pero la sonrisa de ella lo despistaba casi tanto como el silencio. El racionalismo le permitía interpretar todo aquellos que estuviera presente, pero aquí no contaba con más elementos que una sonrisa, una mirada y mucho silencio.


La estrategia de Marcos para la segunda consulta fue diferente. Ella llegó nuevamente 3 minutos antes, el espero para abrir y ella volvió a pedir un mate. Ella lo prepara y se sienta frente a él quien la esperaba dispuesto a hacerle frente a las miradas con un tono hostil, sin utilizar ni una sola palabra. Poco duró su propuesta ya que solo duró poco menos de 30 segundos antes de comenzar a reírse sintiéndose derrotado por la simpática mirada de Magdalena. Esto lo puso algo confuso, pero volvió a intentar con un cuestionario que pudiera arrojar algún indicio sobre algún problema que podría tener su vecina. Pensó en algún tipo de dificultad en el habla, aunque sabía que hablaba con todos sus vecinos, descartó mediante escasas respuestas algún tipo de problema económico, relaciones familiares, dolores en alguno de sus 10 dedos de los pies y las manos… su última pregunta fue sobre el amor.

Ella sonríe con más fuerza y esboza…

¿Quién puede tener problemas con el amor?.

Magdalena se levanta

Creo que termino la hora.... ¿Mañana  a la misma?

Marcos asiente con la cabeza y la acompaña hasta la puerta. Por primera vez se sentía confundido y no podía borrar la sonrisa de Magdalena. Sus silencios eran molestos y no tenía ningún elemento para analizar más lo que le sucedía a él cada vez que la veía y no era algo con lo que sintiera demasiado comodo. Eso demostraba que ella podía sentir algo por él, pero él nunca había hablado con ella. Ella no decía nada y él tampoco se animaba a intentar establecer otro vínculo, nunca tuvo una relación de ese tipo con alguien y no contaba con los elementos suficientes para saber cómo hacerlo.

Para la quinta jornada Marcos tenía el mate preparado, había cuidado cada detalle para que la consulta no fuera igual a las anteriores. Ella toca el timbre y la recibe con un mate, ella sonríe y se sienta y las miradas eran diferentes a las anteriores. En este caso no hubo una sola palabra solamente un juego gestual en que cada uno intentaba responder a su manera. Las palabras sobraban lo cual era bueno para Marcos quien no sabía con certeza que decir o que estaba sucediendo.


Esto se repitió por varias semanas en donde Marcos pasaba horas enteras diseñando teorías sobre que podría estar sucediendo y que podría suceder si tal o cual palabra se ponían en manifiesto. Solo recordaba la pregunta que ella hizo alguna vez ¿Quién puede tener problemas con el amor?  Nunca pudo responderla con certeza ya que no supo donde encontrar algún autor que no intente conceptualizar desde alguna figura poética abstracta al menos bien lograda. Pero tampoco encontró dentro de su lógica, algún tipo de idea que pudiera materializar esa emoción que nunca conoció y no sabía si podría identificar si alguna vez la viviera.

Las semanas pasaron y se hicieron meses. Los diálogos seguían ausentes, aunque los gestos eran cada vez mas confusos para él y mucho menos para ella. Marcos repasaba diariamente cada guiño y cada mirada calculando cada posible acción que pudiera generar algún resultado. Todo era complejo para él, pues no sabía qué resultado quería en realidad.

Luego de varios meses, en alguna tarde en las que ella llegaba tres minutos antes a tomar mates, Magdalena, no estaba del todo sonriente. Por primera vez venia dispuesta a hablar pero Marcos no estaba del todo preparado para escuchar.

Magdalena- Por primera vez me enamore

Marcos-  ajam

Magdalena- Si, y sé que vos tambíen, pero el tiempo se nos fue...

Marcos - ¿Dónde se fue?

Magdalena – A donde lo dejaste ir. Lejos, entre silencios eternos y miradas cómplices

Marcos – Pero… todo eso sigue presente

Magdalena – El presente solo es una excusa para el futuro y después de tanto que te busque, me di cuenta que no quiero un futuro de silencio.

Marcos- Pero nunca respondiste a mis preguntas

Magdalena – Nunca me preguntaste algo que tuviera sentido responder… En algunos casos las palabras suelen ser más vacías que los silencios.

Marcos- Pero entonces…

Magdalena- Pero entonces… te ame, me amaste pero en otros tiempos

Entonces se levanta y se para frente a él, le besa la frente y se va tres minutos antes de que pase la hora del encuentro eterno.
 

Cualquier otra palabra era una innecesaria manifestación de argumentos atemporales, excusas de lo que fue a medias por no saber que complementos eran necesarios fuera de la lógica en momentos en donde la razón no tenía mucho lugar. 

Algún confidente poco confiable dijo que luego de ese dialogo Magdalena se levanto de su asiento, se paro frente a él, le besó la frente y dio media vuelta siguiendo solo el camino hacia aquella puerta que alguna vez la vio atravesar sonrientemente Marcos. El miró el reloj y notó que faltaban tres minutos antes que termine la hora del último encuentro, el más eterno de todos.

Poco se supo en el barrio sobre donde estaba Marcos den los meses posteriores. Algún día perdido de otoño, alguien comentó al pasar que se había ido lejos, a unas cuadras pasando la frontera en un barrio aledaño en donde pocos conocían a Marcos, aquel que se fue ya no era el mismo que nunca dijo “alguna vez a mi me paso… en el amor”

2 comentarios:

Doxificadora dijo...

A mi nunca me pasó. Pero debo decir ¡Muy buen post!

Un abrazo.

KeYo de Sespere dijo...

Muchas gracias! :)